domingo, 5 de agosto de 2012

Dos puntas tiene el camino


SUEÑOS
Los actores son siempre distintos. Las promesas, son siempre las mismas. La vergüenza, es solamente argentina. Los encuentros binacionales por la integración del sur americano, son una repetida frustración para el exiguo tramo de camino entre Río Mayo y Coyhaique.

Si hasta parecía absolutamente más difícil en 1983, apenas despuntada la democracia, cuando Mario Morejón de la mano del siempre transportista Eduardo Bernal y el hiperactivo operador turístico Normando Alberelli, forzaban antes que la Nación y la provincia, la discusión de la natural conexión entre ambos pueblos.
Aún bajo las sombras de la cuasi guerra de cinco años antes, y la dudosa fidelidad americana del país vecino en el apenas superado conflicto del Atlántico Sur. El hecho es que fue en la primera gestión de los tiempos de derecho que se empezó a alentar la idea fuerza del Corredor Bioceánico más razonable de la extensa frontera compartida.
No mucho tiempo atrás había quedado el estratégico Proyecto Comodoro, concebido desde la Cámara de Comercio local por Juan Carlos Calvo y Miguel Djaparidze. Un estudio integral que aprovechaba la capacidad de lastre ociosa de los buques tanque que venían a buscar nuestro petróleo, para traer cargas hacia el Pacífico en un extraordinario ensayo del transporte multimodal. Un intento que hasta justificaba la rehabilitación y ampliación del tramo ferroviario que hace más de un siglo soñaba vincular la ruta 3 con la ruta 40 por las vías. Demasiados sueños para una realidad que nos deparaba más mezquindades que grandezas.

REALIDADES
Algunos compromisos iniciales, particularmente en la adecuación de la red vial, fueron expeditivamente cumplidos por los chilenos. El paisajísticamente precioso recorrido entre Coyhaique y Balmaceda, en 1992 ya era una fantástica realidad. Pasaron veinte años desde la concreción chilena. Los 166 kilómetros pendientes entre Río Mayo y el aeropuerto chileno vecino a nuestro Lago Blanco, siguen siendo del canto rodado más denso de la región.
No es que no hayan mediado luego de aquel primer turno de la democracia, protocolares encuentros con densas y diplomáticas comitivas compartiendo banquetes muy bien regados con brindis propiciatorios de un anhelado progreso. Si hasta durante el menemato la cuestión llegó a nivel de las cancillerías y el propio vicegobernador Jorge Aubía tuvo la chance de reavivar las cenizas de aquellas ilusiones, en el Palacio de la Moneda. Fue peor el remedio que la enfermedad. Tanta palabra y tan poca acción, para lo único que sirvió fue para que en las zonas más densamente pobladas descubrieran el sueño de los corredores bioceánicos. Y así lo soñaron desde Bahía por algún hito neuquino. Y lo intentaron desde la Comarca Andina del Paralelo 42. Y desde la Península Valdés. Y despertaron en las cercanías del Puente del Inca, donde sigue siendo muy trabajoso, por semanas impracticable en invierno, pero que está más centrado con relación a los mercados.
Las ligeras ondulaciones de nuestra cordillera cercana, tan baja y accesible como las humildes lengas, no sólo no vieron crecer en estas tres décadas el tráfico de intereses y progreso, sino que ya ni el buenazo de Alberelli nos lleva periódicamente a esquiar a El Fraile, o a brindar con whisky ornamentado con un cubito arrancado del majestuoso glaciar de la Laguna San Rafael.
Treinta años de democracia en que las hipótesis de conflicto, tan convenientes en aquellos tiempos de dictaduras americanas, quedaron en el olvido; en que la evolución democrática de ambos lados fue dispar pero nunca confrontativa. Lapso en el que las conveniencias de la utilización de la zona peri limítrofe fue siempre bien usufructuada por los trasandinos y nunca sincerada por los argentinos.
Mudos, los simpáticos  cartelones de “Paso Bi Oceánico” que en un derroche de imaginación, voluntad y esfuerzo hizo poner empecinadamente Polo Madueño en puntos estratégicos de la ruta 26, son una cachetada que toleramos ya con  displicencia de expertos en sueños incumplidos. El impulsivo arquitecto, apasionado urbanista y empecinado planificador platense, tan aquerenciado a lo nuestro, disfruta ya de su merecido retiro de funcionario municipal. Quizá la misma jubilación que los sueños y expectativas de todo proyecto serio, de largo alcance, de rédito intangible para las urgencias políticas y económicas que impone el tercer milenio. Como el de este corredor que pone a Atlántico a sólo  cinco horas del Pacífico.
Dos puntas tiene el camino. En una de ellas, alguien se cansó de aguardarnos.
Por: Daniel Alonso- Diario El Patagonico